Un grupo de arqueólogos chilenos descubre la mina más antigua de América en una quebrada de Taltal
Miles de años antes del inicio de la agricultura, la invención de la escritura y la rueda, Babilonia, Egipto y las pirámides, los primeros habitantes del norte excavaban profundas minas. Hacia el 10.000 a.C. lograron extraer dos mil toneladas de óxido de hierro usando martillos de piedra. El hallazgo de relevancia mundial entrega antecedentes desconocidos de la prehistoria.
Desde Taltal, II Región, tras caminar dos kilómetros cuesta arriba, en una quebrada rocosa y seca del norte de Chile, un grupo de treinta y cinco hombres y mujeres forman una especie de círculo. Todos observan atentamente el suelo con rostros expectantes y todavía jadean por la subida. Hablan fuerte, en distintos idiomas, y se hallan alegres y conmovidos. Pareciera que realizan un rito solemne en medio de la soledad de la montaña.
Desde lo alto, a 170 metros sobre el nivel del mar, se observa el océano Pacífico. Apenas unos kilómetros al sur se encuentra Taltal, una pequeña localidad ubicada a 1.100 kilómetros al norte de Santiago, donde viven 15.000 personas. Tiene calles limpias, una plaza llena de cuidadas plantas, casitas de madera pintadas con colores llamativos y algunas casonas de fines del siglo XIX que recuerdan la época de oro del salitre.
La noche anterior a la subida, las treinta y cinco personas alojaron en Taltal repartidas en diferentes hostales. Habían llegado al pueblo apenas unas horas antes provenientes de diferentes lugares del mundo: algunos desde otras ciudades de Chile y la mayoría de sitios alejados, como Argentina, Perú, México, Estados Unidos, Canadá, Italia, España, Francia, Austria, Alemania, Inglaterra y Rusia. No es fácil llegar a Taltal: se ubica en medio de la pampa justo entre dos ciudades con aeropuerto, Antofagasta y Copiapó. Sea cual sea la ruta, luego de bajar del avión nadie se salva de un trayecto por tierra de al menos tres horas.
No es menos complejo hacerse camino al andar en la quebrada San Ramón, como lo hicieron estos hombres y mujeres de todas las edades el pasado martes 30 de Noviembre. Tras salir de Taltal hacia el norte, dejaron los vehículos estacionados a un costado de la carretera. Luego comenzaron a subir los cerros empinados, en un trayecto que iba a durar 60 minutos para los menos hábiles. Las piedras sueltas de un camino que no existe hacían resbalar los zapatos y zapatillas. En medio, lagartos, algún cachorro de zorro muerto y cientos de variedades de plantas que, si no fuera por la inusual lluvia que hubo en Mayo, no deberían estar en esta zona durante esta época del año. Los mosquitos hambrientos no ayudaban a los visitantes.
Pero ya están en la cima y el grupo toma aire y empieza a reunirse en torno a unos roqueríos que podrían pasar inadvertidos para cualquier caminante. Ellos, en cambio, que ven lo que otros no, que son un selecto grupo de arqueólogos reconocidos a nivel mundial, se agrupan alrededor de la trinchera y la observan con los ojos bien abiertos: “Vemos oro donde la gente ve sólo peñascos”, señala, graciosa, Victoria Castro, destacada arqueóloga chilena.
Están contentos: al fin, luego de viajar varios miles de kilómetros, han llegado hasta el secreto tesoro que se esconde en la quebrada de Taltal: una mina de 12.000 años, la más antigua de América y una de las más arcaicas del mundo, que entrega antecedentes desconocidos para entender la prehistoria. Hasta ahora, nunca antes había sido mostrada por el equipo de investigadores chilenos que la descubrió una tarde de 2008.
El llamado de los martillos
Diego Salazar, arqueólogo y profesor de la Universidad de Chile, tiene 37 años y es el investigador responsable del equipo que descubrió la mina San Ramón 15. Sentado en el comedor de la casa que arrienda en Taltal, que lo alberga a él y a su equipo cada vez que van a trabajar en terreno en la zona, recuerda perfectamente el día del hallazgo: fue el domingo 5 de Octubre de 2008.
Estaban buscando minas prehistóricas en la quebrada San Ramón en el marco de un proyecto Fondecyt. Era una zona de Chile muy poco estudiada desde el punto de vista arqueológico. Las únicas investigaciones que hasta entonces se conocían eran las que realizó a comienzos del siglo XX un funcionario de Aduanas, Augusto Capdeville Rojas, cuyo nombre ahora bautiza a un museo. Pero había información que hacía suponer que en este lugar podían encontrar minas de la Prehistoria. Lo que no se imaginaban los chilenos era que iba a ser de 12.000 años.
Definieron el área por estudiar y una metodología para rastrear la zona de San Ramón. Una de las ideas era buscar en quebradas, explica Salazar, ya que las minas necesitan tener un acceso expedito al agua. A partir de entonces, como si fuera la punta de una hebra de una madeja de lana, el equipo de arqueólogos buscaría en los alrededores algún tipo de evidencia.
Este era el plan y el equipo de investigadores tendría tres años para desarrollarlo: entre Marzo de 2008 y Marzo de 2011. Pero el azar y la suerte aceleraron los planes.
Ya anochecía el domingo 5 de Octubre de 2008 cuando Diego Salazar y dos de sus compañeros, Hernán Salinas y Diego Briones, bajaban raudamente la quebrada. Parte del equipo de hallaba a 25 kilómetros al norte de Taltal y ellos habían quedado de ir a buscarlos. Como querían descender rápidamente, los tres hombres decidieron acortar camino por una quebrada que hasta entonces no habían estudiado. Fue entonces cuando hallaron un martillo prehistórico: “Chuta, y esto, ¿de dónde viene?”, se preguntaron los investigadores. Caminaron unos metros hacia arriba, y encontraron otro. Subieron por la ladera, y hallaron otro, y otro, y otro. Al final del camino imaginario de las herramientas... estaba la mina.
Los compañeros que los esperaban al norte de Taltal aguardaron muchas horas hasta que finalmente decidieron irse por su cuenta al campamento base: Salazar y su equipo nunca llegaron a recogerlos, porque pasaron horas y horas mirando el descubrimiento. La mina iba a ser bautizada como la San Ramón 15.
Primeros mineros de América
Hasta entonces no sabían qué metal se explotaba en la mina ni su antigüedad, aunque tenían la certeza de que era de la prehistoria. Fue recién en enero de 2009, en una nueva expedición, cuando descubrieron que era de óxido de hierro: un colorante que usaron los pueblos originarios para sus ritos. Con este pigmento se pintaban el cuerpo (les servía de protector solar) y a sus muertos (algunas momias Chinchorro, en el 2.500 a.C., son conocidas como las momias rojas por estar teñidas con este mineral).
Pero tuvo que pasar bastante tiempo para que pudieran corroborar las fechas de data. Tras realizar un cuidadoso procedimiento de excavación arqueológica, el geólogo francés Jean Louis Guendon segregó las distintas capas de la mina. Recién entonces se enviaron muestras de carbón y concha a tres laboratorios extranjeros, dos en Estados Unidos y uno en Polonia, para tener total certeza de los resultados.
Los recibieron en el transcurso de 2009, pero fue recién en mayo de 2010 cuando pudieron corroborar la fecha de data más antigua: el año 10.000 a.C. Los investigadores lo creían imposible: habían descubierto la mina más antigua de América y una de las más arcaicas de las que se tenga noticia en el mundo. Había sido explotada antes que el inicio de la agricultura, la invención de la escritura y de la rueda, miles de años antes de Babilonia, Egipto y las pirámides.
La más antigua del continente, hasta ahora, se hallaba en Estados Unidos y era de 2.500 a.C. Alrededor del mundo, hay una de 40.000 años en Sudáfrica, otra de 30.000 años en Australia y una de 15.000 años en Grecia, según explica Salazar.
Pero, ¿quiénes fueron los primeros mineros del territorio que hoy ocupa Chile? ¿Qué técnicas usaron para extraer y procesar el mineral? ¿Qué importancia tuvo la minería para ellos? Fueron parte de las preguntas que comenzaron a hacerse y responderse los arqueólogos.
Esta zona era habitada en el año 10.000 A.C. por la Cultura Huentelauquén, una etnia que recién fue descubierta en 1961 y de la que, por su antigüedad, hasta hoy se sabe muy poco. Fueron los primeros que llegaron a poblar la costa norte de Chile, entre lo que hoy es Antofagasta y Los Vilos, desde el 12.000 y hasta el 9.000 a.C. Eran cazadores-recolectores y se desplazaban bastante. Aunque también cazaban animales, subsistían, sobre todo, gracias a la pesca y recolección marina. Formaban bandas pequeñas, de 20, 25 personas y... creían en algo después de la vida. “El hecho de que hayan explotado la mina indica la importancia que tenía lo religioso en su modo de vida. Porque el óxido de hierro no se comía, no se vendía, no se compraba”, explica Salazar.
2.000 toneladas de pigmento
La antigüedad de la mina es un dato asombroso que los treinta y cinco expertos celebran en la cima de la quebrada de San Ramón. A algunos de los presentes, meses atrás, le costaba creerlo. En 2009, la tesista doctoral del proyecto, Valentina Figueroa, presentó el hallazgo en un congreso en Austria. El alemán Thomas Stoller dudó: “No puede ser”, dijo. “Que sea tan antigua es muy difícil”. En esa fecha todavía no llegaban los informes de los laboratorios que comprobaran la data de 12.000 años. Pero el martes pasado, a 170 metros por sobre el nivel del mar, el europeo vio con sus propios ojos la mina San Ramón 15 y, riendo, se acordó de su incredulidad.
Pero si la data de la mina causa sorpresa, hay otros datos que son todavía más relevantes para la comunidad científica internacional que visitó la quebrada de Taltal esta semana: la forma en que se explotaba el yacimiento, la organización para la producción y el enorme volumen de mineral que la Cultura Huentelauquén extrajo de este socavón.
De acuerdo a las investigaciones que han realizado los arqueólogos chilenos, los prehistóricos sacaron cerca de dos mil toneladas de pigmento (700 metros cúbicos de roca). Lo hicieron en dos períodos: alrededor del 10.000 a.C y varios milenios después, en el 2.000 a.C. Pero la mayor cantidad de material fue extraída en la primera época y durante un periodo entre 1.000 y 2.000 años, explica Salazar.
Las cifras, que probablemente no le digan nada a nadie, es monumental. Sobre todo, si se considera el tipo de herramientas que usaron: martillos de piedra que pesaban entre 200 gramos y 14 kilos.
El especialista Hernán Salinas señala que todos son distintos en forma y tamaño. Los sacaban de la misma quebrada y, en ocasiones, pese al peso, los trasladaban desde la playa de Taltal. “Hemos encontrado mil y tantos martillos, cerca de 500 kilos en total. Pero, considerando la cantidad de material que todavía podemos hallar, la cifra puede llegar a varios miles”, dice Salinas.
Aunque todavía no es una conclusión acabada, todo parece indicar que no tenían mangos. Es decir, los prehistóricos extraían el óxido de hierro golpeando los martillos directamente contra la dura roca de la quebrada. Ni siquiera usaban fuego para ablandar la roca. Parece un método imposible para los mineros del siglo XXI.
Lo sabe bien “El Parranda”. Es un pirquinero chileno que vive en Taltal y que colaboró con los antropólogos en determinadas pruebas de la investigación. Ha trabajado en vetas igual de duras y sus compañeros fortachones, después de un día de trabajo con herramientas de acero, logran penetrar apenas 20 centímetros en la roca. “Imposible”, señalaba incrédulo, en medio de los experimentos, al tiempo que él mismo picaba la roca con un martillo de piedra. Pero se considera probado que fue de esa forma: “Hicieron una ‘pega’ monumental”, dice Diego Salazar.
Pero... ¿no se supone que los cazadores-recolectores vivían el día a día? ¿Por qué, entonces, si eran tan pocos, dedicaban tanto esfuerzo en extraer un material que no les servía para subsistir, sino que usaban con fines rituales? ¿Por qué ocupaban su tiempo en la mina en vez de pescar y cazar? ¿Para qué extraían tanto óxido?¿Es que acaso lo guardaban para abastecerse e intercambiarlo? Es parte de lo revolucionario del descubrimiento, según señalan los reconocidos arqueólogos extranjeros que visitaron la mina: el hallazgo demuestra que estos seres humanos de la Prehistoria tenían una estructura menos básica de lo que hasta ahora se pensaba. Representa un tremendo giro científico a nivel mundial.
De acuerdo a los investigadores, no es posible saber cuánta gente trabajó en la mina ni si eran mujeres u hombres. Por el tamaño de algunas galerías de los pozos, existe la hipótesis todavía no comprobada que en el socavón se desempeñaran niños. Lo que sí se ha podido determinar es que no vivían en este sitio: al interior de la mina se han encontrado vestigios de fogatas, donde probablemente se calentaban y cocinaban el alimento. También se han encontrado desechos de comida: mamíferos como el lobo de mar y el guanaco, algunas conchas, y restos de corvina, jurel y lenguado.
Hoy, 12.000 años después, en Taltal la mitad de los trabajadores son mineros. El 20% se desempeña en la pesca artesanal. Es la razón por la que, si uno se pasea por algunos restaurantes del pueblo, de casitas de colores chillones, casi siempre el visitante terminará comiendo pescado y marisco.
“El hallazgo representa una revolución”
El reconocido arqueólogo español Juan Vicent (Madrid, 1959) estudió prehistoria y arqueología en la Universidad Autónoma de Madrid, es doctor y actualmente es investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Es una de las máximas referencias a nivel mundial en su área, reconocido por sus trabajos en todo el mundo, y llegó a Chile para participar en la expedición a la mina San Ramón 15, en las cercanías de Taltal, en la II Región. Lo hizo junto a un grupo de destacados arqueólogos extranjeros, entre los que se hallaba el inglés Simon Timberlake, de la Universidad de Crambridge, y, entre una veintena de expertos internacionales, Evgenij Chernykh, del Instituto de Arqueología de RAS. Fueron invitados por el equipo de investigadores chilenos que hallaron la mina para conocer el hallazgo y participar en un seminario que se desarrolló esta semana en Taltal y San Pedro de Atacama.
Sencillo y de carácter dócil y amable, Vicent se declaró emocionado tras ver la mina de 12.000 años descubierta por el equipo nacional. En esta entrevista explica las razones.
-¿Qué le parece el descubrimiento de una mina de 12 mil años de antigüedad?
-Se trata de un descubrimiento de gran importancia, no sólo en el contexto del continente americano, sino a escala global. El hallazgo tiene múltiples implicaciones en relación con nuestra comprensión de las sociedades arcaicas, y, desde luego, escribe un nuevo capítulo en la historia de los grupos humanos de esta parte del mundo.
-Además de la fecha, ¿qué le parece la forma en que se explotaba y la organización para la producción? ¿Le llama la atención el volumen de mineral que se extrajo?
-Quizás aquí reside la importancia del hallazgo: hasta ahora no se habían documentado actividades extractivas a esta escala en un contexto de grupos cazadores y recolectores de fecha tan antigua. La acumulación de herramientas y las dimensiones de la trinchera sugieren un trabajo intenso y un volumen de producción superior al que cabe suponer que demandaría el consumo de un pequeño grupo aislado. No puedo interpretar estos hechos, que es algo que sólo corresponde al equipo de investigación, pero a primera vista me atrevería a decir que se trata de algo excepcional.
- Usted le ha comentado a sus colegas que el hallazgo representa una “revolución” respecto de lo que hasta ahora se sabía de los cazadores-recolectores.
-El hallazgo representa una revolución, porque hasta la fecha se consideraba que el aprovisionamiento de materias primas por parte de los grupos de cazadores y recolectores era de tipo oportunista y asistemático. En este caso estamos ante un trabajo intensivo y planificado, no destinado sólo al consumo propio, sino posiblemente a generar excedentes para el intercambio. Si esto es así, probablemente debamos revisar algunas de las ideas más profundamente arraigadas en los investigadores sobre las sociedades de caza-recolección.
-¿Por qué lo considera revolucionario, si hay otras minas más antiguas en el mundo? ¿Qué la hace diferente?
-Hay varios factores que la diferencian. Uno de ellos es el contexto social y cultural: los grupos que habitan este sector de la costa norte de Chile en el momento al que nos referimos tienen una baja densidad de población, una economía muy especializada en la explotación de recursos marítimos y una alta movilidad. Todos estos elementos hacen muy llamativo el que desarrollasen una actividad extractiva a una cierta escala. Por otra parte, se trata de una mina destinada a la extracción de una materia prima no directamente utilitaria. Las canteras para la extracción de piedras para la fabricación de herramientas existen desde fechas más antiguas, pero esto tiene una justificación directa en las necesidades subsistenciales. Una extracción a cierta escala de una sustancia colorante, cuya aplicación es básicamente ritual, revela una dimensión inesperada de las pautas de inversión del trabajo de estos grupos.
-¿También están sorprendidos los colegas extranjeros que han llegado a Chile esta semana?
-Por mis conversaciones con mis colegas, creo que mi impresión no es sólo personal. Hay que pensar que entre los investigadores que están presentes en la reunión se cuentan algunos de los más reputados especialistas en arqueología de la minería.
Por Rocío Montes Rojas.
Fuente: El Mercurio de Santiago. 5 de Diciembre de 2010.
Miles de años antes del inicio de la agricultura, la invención de la escritura y la rueda, Babilonia, Egipto y las pirámides, los primeros habitantes del norte excavaban profundas minas. Hacia el 10.000 a.C. lograron extraer dos mil toneladas de óxido de hierro usando martillos de piedra. El hallazgo de relevancia mundial entrega antecedentes desconocidos de la prehistoria.
Desde Taltal, II Región, tras caminar dos kilómetros cuesta arriba, en una quebrada rocosa y seca del norte de Chile, un grupo de treinta y cinco hombres y mujeres forman una especie de círculo. Todos observan atentamente el suelo con rostros expectantes y todavía jadean por la subida. Hablan fuerte, en distintos idiomas, y se hallan alegres y conmovidos. Pareciera que realizan un rito solemne en medio de la soledad de la montaña.
Desde lo alto, a 170 metros sobre el nivel del mar, se observa el océano Pacífico. Apenas unos kilómetros al sur se encuentra Taltal, una pequeña localidad ubicada a 1.100 kilómetros al norte de Santiago, donde viven 15.000 personas. Tiene calles limpias, una plaza llena de cuidadas plantas, casitas de madera pintadas con colores llamativos y algunas casonas de fines del siglo XIX que recuerdan la época de oro del salitre.
La noche anterior a la subida, las treinta y cinco personas alojaron en Taltal repartidas en diferentes hostales. Habían llegado al pueblo apenas unas horas antes provenientes de diferentes lugares del mundo: algunos desde otras ciudades de Chile y la mayoría de sitios alejados, como Argentina, Perú, México, Estados Unidos, Canadá, Italia, España, Francia, Austria, Alemania, Inglaterra y Rusia. No es fácil llegar a Taltal: se ubica en medio de la pampa justo entre dos ciudades con aeropuerto, Antofagasta y Copiapó. Sea cual sea la ruta, luego de bajar del avión nadie se salva de un trayecto por tierra de al menos tres horas.
No es menos complejo hacerse camino al andar en la quebrada San Ramón, como lo hicieron estos hombres y mujeres de todas las edades el pasado martes 30 de Noviembre. Tras salir de Taltal hacia el norte, dejaron los vehículos estacionados a un costado de la carretera. Luego comenzaron a subir los cerros empinados, en un trayecto que iba a durar 60 minutos para los menos hábiles. Las piedras sueltas de un camino que no existe hacían resbalar los zapatos y zapatillas. En medio, lagartos, algún cachorro de zorro muerto y cientos de variedades de plantas que, si no fuera por la inusual lluvia que hubo en Mayo, no deberían estar en esta zona durante esta época del año. Los mosquitos hambrientos no ayudaban a los visitantes.
Pero ya están en la cima y el grupo toma aire y empieza a reunirse en torno a unos roqueríos que podrían pasar inadvertidos para cualquier caminante. Ellos, en cambio, que ven lo que otros no, que son un selecto grupo de arqueólogos reconocidos a nivel mundial, se agrupan alrededor de la trinchera y la observan con los ojos bien abiertos: “Vemos oro donde la gente ve sólo peñascos”, señala, graciosa, Victoria Castro, destacada arqueóloga chilena.
Están contentos: al fin, luego de viajar varios miles de kilómetros, han llegado hasta el secreto tesoro que se esconde en la quebrada de Taltal: una mina de 12.000 años, la más antigua de América y una de las más arcaicas del mundo, que entrega antecedentes desconocidos para entender la prehistoria. Hasta ahora, nunca antes había sido mostrada por el equipo de investigadores chilenos que la descubrió una tarde de 2008.
El llamado de los martillos
Diego Salazar, arqueólogo y profesor de la Universidad de Chile, tiene 37 años y es el investigador responsable del equipo que descubrió la mina San Ramón 15. Sentado en el comedor de la casa que arrienda en Taltal, que lo alberga a él y a su equipo cada vez que van a trabajar en terreno en la zona, recuerda perfectamente el día del hallazgo: fue el domingo 5 de Octubre de 2008.
Estaban buscando minas prehistóricas en la quebrada San Ramón en el marco de un proyecto Fondecyt. Era una zona de Chile muy poco estudiada desde el punto de vista arqueológico. Las únicas investigaciones que hasta entonces se conocían eran las que realizó a comienzos del siglo XX un funcionario de Aduanas, Augusto Capdeville Rojas, cuyo nombre ahora bautiza a un museo. Pero había información que hacía suponer que en este lugar podían encontrar minas de la Prehistoria. Lo que no se imaginaban los chilenos era que iba a ser de 12.000 años.
Definieron el área por estudiar y una metodología para rastrear la zona de San Ramón. Una de las ideas era buscar en quebradas, explica Salazar, ya que las minas necesitan tener un acceso expedito al agua. A partir de entonces, como si fuera la punta de una hebra de una madeja de lana, el equipo de arqueólogos buscaría en los alrededores algún tipo de evidencia.
Este era el plan y el equipo de investigadores tendría tres años para desarrollarlo: entre Marzo de 2008 y Marzo de 2011. Pero el azar y la suerte aceleraron los planes.
Ya anochecía el domingo 5 de Octubre de 2008 cuando Diego Salazar y dos de sus compañeros, Hernán Salinas y Diego Briones, bajaban raudamente la quebrada. Parte del equipo de hallaba a 25 kilómetros al norte de Taltal y ellos habían quedado de ir a buscarlos. Como querían descender rápidamente, los tres hombres decidieron acortar camino por una quebrada que hasta entonces no habían estudiado. Fue entonces cuando hallaron un martillo prehistórico: “Chuta, y esto, ¿de dónde viene?”, se preguntaron los investigadores. Caminaron unos metros hacia arriba, y encontraron otro. Subieron por la ladera, y hallaron otro, y otro, y otro. Al final del camino imaginario de las herramientas... estaba la mina.
Los compañeros que los esperaban al norte de Taltal aguardaron muchas horas hasta que finalmente decidieron irse por su cuenta al campamento base: Salazar y su equipo nunca llegaron a recogerlos, porque pasaron horas y horas mirando el descubrimiento. La mina iba a ser bautizada como la San Ramón 15.
Primeros mineros de América
Hasta entonces no sabían qué metal se explotaba en la mina ni su antigüedad, aunque tenían la certeza de que era de la prehistoria. Fue recién en enero de 2009, en una nueva expedición, cuando descubrieron que era de óxido de hierro: un colorante que usaron los pueblos originarios para sus ritos. Con este pigmento se pintaban el cuerpo (les servía de protector solar) y a sus muertos (algunas momias Chinchorro, en el 2.500 a.C., son conocidas como las momias rojas por estar teñidas con este mineral).
Pero tuvo que pasar bastante tiempo para que pudieran corroborar las fechas de data. Tras realizar un cuidadoso procedimiento de excavación arqueológica, el geólogo francés Jean Louis Guendon segregó las distintas capas de la mina. Recién entonces se enviaron muestras de carbón y concha a tres laboratorios extranjeros, dos en Estados Unidos y uno en Polonia, para tener total certeza de los resultados.
Los recibieron en el transcurso de 2009, pero fue recién en mayo de 2010 cuando pudieron corroborar la fecha de data más antigua: el año 10.000 a.C. Los investigadores lo creían imposible: habían descubierto la mina más antigua de América y una de las más arcaicas de las que se tenga noticia en el mundo. Había sido explotada antes que el inicio de la agricultura, la invención de la escritura y de la rueda, miles de años antes de Babilonia, Egipto y las pirámides.
La más antigua del continente, hasta ahora, se hallaba en Estados Unidos y era de 2.500 a.C. Alrededor del mundo, hay una de 40.000 años en Sudáfrica, otra de 30.000 años en Australia y una de 15.000 años en Grecia, según explica Salazar.
Pero, ¿quiénes fueron los primeros mineros del territorio que hoy ocupa Chile? ¿Qué técnicas usaron para extraer y procesar el mineral? ¿Qué importancia tuvo la minería para ellos? Fueron parte de las preguntas que comenzaron a hacerse y responderse los arqueólogos.
Esta zona era habitada en el año 10.000 A.C. por la Cultura Huentelauquén, una etnia que recién fue descubierta en 1961 y de la que, por su antigüedad, hasta hoy se sabe muy poco. Fueron los primeros que llegaron a poblar la costa norte de Chile, entre lo que hoy es Antofagasta y Los Vilos, desde el 12.000 y hasta el 9.000 a.C. Eran cazadores-recolectores y se desplazaban bastante. Aunque también cazaban animales, subsistían, sobre todo, gracias a la pesca y recolección marina. Formaban bandas pequeñas, de 20, 25 personas y... creían en algo después de la vida. “El hecho de que hayan explotado la mina indica la importancia que tenía lo religioso en su modo de vida. Porque el óxido de hierro no se comía, no se vendía, no se compraba”, explica Salazar.
2.000 toneladas de pigmento
La antigüedad de la mina es un dato asombroso que los treinta y cinco expertos celebran en la cima de la quebrada de San Ramón. A algunos de los presentes, meses atrás, le costaba creerlo. En 2009, la tesista doctoral del proyecto, Valentina Figueroa, presentó el hallazgo en un congreso en Austria. El alemán Thomas Stoller dudó: “No puede ser”, dijo. “Que sea tan antigua es muy difícil”. En esa fecha todavía no llegaban los informes de los laboratorios que comprobaran la data de 12.000 años. Pero el martes pasado, a 170 metros por sobre el nivel del mar, el europeo vio con sus propios ojos la mina San Ramón 15 y, riendo, se acordó de su incredulidad.
Pero si la data de la mina causa sorpresa, hay otros datos que son todavía más relevantes para la comunidad científica internacional que visitó la quebrada de Taltal esta semana: la forma en que se explotaba el yacimiento, la organización para la producción y el enorme volumen de mineral que la Cultura Huentelauquén extrajo de este socavón.
De acuerdo a las investigaciones que han realizado los arqueólogos chilenos, los prehistóricos sacaron cerca de dos mil toneladas de pigmento (700 metros cúbicos de roca). Lo hicieron en dos períodos: alrededor del 10.000 a.C y varios milenios después, en el 2.000 a.C. Pero la mayor cantidad de material fue extraída en la primera época y durante un periodo entre 1.000 y 2.000 años, explica Salazar.
Las cifras, que probablemente no le digan nada a nadie, es monumental. Sobre todo, si se considera el tipo de herramientas que usaron: martillos de piedra que pesaban entre 200 gramos y 14 kilos.
El especialista Hernán Salinas señala que todos son distintos en forma y tamaño. Los sacaban de la misma quebrada y, en ocasiones, pese al peso, los trasladaban desde la playa de Taltal. “Hemos encontrado mil y tantos martillos, cerca de 500 kilos en total. Pero, considerando la cantidad de material que todavía podemos hallar, la cifra puede llegar a varios miles”, dice Salinas.
Aunque todavía no es una conclusión acabada, todo parece indicar que no tenían mangos. Es decir, los prehistóricos extraían el óxido de hierro golpeando los martillos directamente contra la dura roca de la quebrada. Ni siquiera usaban fuego para ablandar la roca. Parece un método imposible para los mineros del siglo XXI.
Lo sabe bien “El Parranda”. Es un pirquinero chileno que vive en Taltal y que colaboró con los antropólogos en determinadas pruebas de la investigación. Ha trabajado en vetas igual de duras y sus compañeros fortachones, después de un día de trabajo con herramientas de acero, logran penetrar apenas 20 centímetros en la roca. “Imposible”, señalaba incrédulo, en medio de los experimentos, al tiempo que él mismo picaba la roca con un martillo de piedra. Pero se considera probado que fue de esa forma: “Hicieron una ‘pega’ monumental”, dice Diego Salazar.
Pero... ¿no se supone que los cazadores-recolectores vivían el día a día? ¿Por qué, entonces, si eran tan pocos, dedicaban tanto esfuerzo en extraer un material que no les servía para subsistir, sino que usaban con fines rituales? ¿Por qué ocupaban su tiempo en la mina en vez de pescar y cazar? ¿Para qué extraían tanto óxido?¿Es que acaso lo guardaban para abastecerse e intercambiarlo? Es parte de lo revolucionario del descubrimiento, según señalan los reconocidos arqueólogos extranjeros que visitaron la mina: el hallazgo demuestra que estos seres humanos de la Prehistoria tenían una estructura menos básica de lo que hasta ahora se pensaba. Representa un tremendo giro científico a nivel mundial.
De acuerdo a los investigadores, no es posible saber cuánta gente trabajó en la mina ni si eran mujeres u hombres. Por el tamaño de algunas galerías de los pozos, existe la hipótesis todavía no comprobada que en el socavón se desempeñaran niños. Lo que sí se ha podido determinar es que no vivían en este sitio: al interior de la mina se han encontrado vestigios de fogatas, donde probablemente se calentaban y cocinaban el alimento. También se han encontrado desechos de comida: mamíferos como el lobo de mar y el guanaco, algunas conchas, y restos de corvina, jurel y lenguado.
Hoy, 12.000 años después, en Taltal la mitad de los trabajadores son mineros. El 20% se desempeña en la pesca artesanal. Es la razón por la que, si uno se pasea por algunos restaurantes del pueblo, de casitas de colores chillones, casi siempre el visitante terminará comiendo pescado y marisco.
“El hallazgo representa una revolución”
El reconocido arqueólogo español Juan Vicent (Madrid, 1959) estudió prehistoria y arqueología en la Universidad Autónoma de Madrid, es doctor y actualmente es investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Es una de las máximas referencias a nivel mundial en su área, reconocido por sus trabajos en todo el mundo, y llegó a Chile para participar en la expedición a la mina San Ramón 15, en las cercanías de Taltal, en la II Región. Lo hizo junto a un grupo de destacados arqueólogos extranjeros, entre los que se hallaba el inglés Simon Timberlake, de la Universidad de Crambridge, y, entre una veintena de expertos internacionales, Evgenij Chernykh, del Instituto de Arqueología de RAS. Fueron invitados por el equipo de investigadores chilenos que hallaron la mina para conocer el hallazgo y participar en un seminario que se desarrolló esta semana en Taltal y San Pedro de Atacama.
Sencillo y de carácter dócil y amable, Vicent se declaró emocionado tras ver la mina de 12.000 años descubierta por el equipo nacional. En esta entrevista explica las razones.
-¿Qué le parece el descubrimiento de una mina de 12 mil años de antigüedad?
-Se trata de un descubrimiento de gran importancia, no sólo en el contexto del continente americano, sino a escala global. El hallazgo tiene múltiples implicaciones en relación con nuestra comprensión de las sociedades arcaicas, y, desde luego, escribe un nuevo capítulo en la historia de los grupos humanos de esta parte del mundo.
-Además de la fecha, ¿qué le parece la forma en que se explotaba y la organización para la producción? ¿Le llama la atención el volumen de mineral que se extrajo?
-Quizás aquí reside la importancia del hallazgo: hasta ahora no se habían documentado actividades extractivas a esta escala en un contexto de grupos cazadores y recolectores de fecha tan antigua. La acumulación de herramientas y las dimensiones de la trinchera sugieren un trabajo intenso y un volumen de producción superior al que cabe suponer que demandaría el consumo de un pequeño grupo aislado. No puedo interpretar estos hechos, que es algo que sólo corresponde al equipo de investigación, pero a primera vista me atrevería a decir que se trata de algo excepcional.
- Usted le ha comentado a sus colegas que el hallazgo representa una “revolución” respecto de lo que hasta ahora se sabía de los cazadores-recolectores.
-El hallazgo representa una revolución, porque hasta la fecha se consideraba que el aprovisionamiento de materias primas por parte de los grupos de cazadores y recolectores era de tipo oportunista y asistemático. En este caso estamos ante un trabajo intensivo y planificado, no destinado sólo al consumo propio, sino posiblemente a generar excedentes para el intercambio. Si esto es así, probablemente debamos revisar algunas de las ideas más profundamente arraigadas en los investigadores sobre las sociedades de caza-recolección.
-¿Por qué lo considera revolucionario, si hay otras minas más antiguas en el mundo? ¿Qué la hace diferente?
-Hay varios factores que la diferencian. Uno de ellos es el contexto social y cultural: los grupos que habitan este sector de la costa norte de Chile en el momento al que nos referimos tienen una baja densidad de población, una economía muy especializada en la explotación de recursos marítimos y una alta movilidad. Todos estos elementos hacen muy llamativo el que desarrollasen una actividad extractiva a una cierta escala. Por otra parte, se trata de una mina destinada a la extracción de una materia prima no directamente utilitaria. Las canteras para la extracción de piedras para la fabricación de herramientas existen desde fechas más antiguas, pero esto tiene una justificación directa en las necesidades subsistenciales. Una extracción a cierta escala de una sustancia colorante, cuya aplicación es básicamente ritual, revela una dimensión inesperada de las pautas de inversión del trabajo de estos grupos.
-¿También están sorprendidos los colegas extranjeros que han llegado a Chile esta semana?
-Por mis conversaciones con mis colegas, creo que mi impresión no es sólo personal. Hay que pensar que entre los investigadores que están presentes en la reunión se cuentan algunos de los más reputados especialistas en arqueología de la minería.
Por Rocío Montes Rojas.
Fuente: El Mercurio de Santiago. 5 de Diciembre de 2010.